Hacía tiempo, mucho tiempo, que no iba a un taller de
crecimiento personal en fin de semana, y lo necesitaba, y por eso fui. Pero ¿por
qué en este momento y no en otros anteriores que creía estar en la misma
sensación de equiparable necesidad?.
¿Es que el contenido del taller, su lugar
de celebración, su precio, el monitor del mismo eran los diferentes de otros a
los que no asistí?, ¿o era simplemente que “este” era el momento?.
No voy a hablar sobre todo del contenido y desarrollo de
la materia de fondo del taller, sino más bien, simplemente, de mi propia
experiencia de crecimiento personal.
Y quizás por ello lo primero de todo sea necesario
precisar qué entiendo yo por “crecimiento personal”. He asistido a muchos
talleres, como alumno o como monitor, en que muchos participantes se les veía
realmente “felices”, “satisfechos”; sus rostros reflejaban de forma evidente
que lo habían pasado muy bien, y una gran expansión hacia el exterior. Hay
otros (y depende mucho del tipo y objetivos diferentes de los talleres) que,
por el contrario, sus rostros reflejaban, por encima de todo, seriedad,
recogimiento en sí mismos, interiorización.
En mi opinión ambas reacciones, ambas situaciones
emocionales son normales, y las personas han podido, o pueden estar teniendo un
proceso de crecimiento personal en cualquiera de los casos; pero ninguna de
ambas expresiones externas significan, por sí mismas, que sí se haya producido
dicho proceso, o que no se haya producido.
Sí pienso que la persona que “crece” poco a poco va
siendo más feliz, y esta felicidad se va mostrando progresivamente en sus
propias expresiones y en su transmisión, expansión a su entorno.
Pero lo que para mí constituye el verdadero crecimiento
personal es el proceso de “integración cuerpo-mente” de una nueva idea y un
nuevo sentimiento. El crecimiento personal se siente, se es consciente de ello.
Si pensásemos en un crecimiento físico en altura, en peso, o en musculatura,
estaríamos todos de acuerdo en que es un proceso que el individuo lo siente, se
da cuenta de ello, “sabe” que es un poco más alto, o un poco menos flaco, o un
poco más fuerte; y….¡¡se siente más seguro e identificado con esa nueva
situación!!
Pues el “crecimiento personal”, en el plano psíquico, es
exactamente lo mismo: cuando uno “crece” interiormente, anímicamente,
intelectualmente, sensitivamente, sensualmente, etc… se da cuenta de ello, de
“su crecimiento”, y se siente identificado y más seguro. “Sabe” que a partir de
ese momento “eso” que acaba de entrar en su mente, en su alma, en su psique,
acaba de “integrarlo” en su personalidad. El ya es ahora “así”, porque siente,
sabe, que “así” va a ser su comportamiento.
Pasárselo muy bien, o tener momentos malos o duros a lo
largo del desarrollo de un taller no equivale a un proceso de crecimiento
personal. Estas situaciones emocionales se darán sin duda en el proceso; pero
aunque evidentemente sean personales, corresponden mucho más al factor
“entorno” que a la individualidad profunda de cada uno.
Por ello, y bajo el enfoque con el que me he permitido
realizar este artículo, el de mis propias sensaciones en el taller concreto del
pasado finde, ¿en qué consistió mi crecimiento personal y qué lo propició?
La “idea-sentimiento” que ha constituido esa integración
que me permite sentirme “diferente” y más grande, más seguro, ha sido la de que
“hay otro mundo fuera de los contornos mentales y psíquicos en los que me había
ido encerrando”. Por diversas razones, a lo largo de varios meses había ido
metiéndome cada día más en una cierta “obsesión” de que “mi mundo”, mi “forma
de ver y valorar las cosas” eran lo único, el único camino a través del cual yo
podría ser feliz realizando “mis objetivos vitales”. Voy a ver si explico esto.
Soy una persona absolutamente convencida de que en la
vida hay que tener objetivos vitales: nuestras razones para vivir, nuestras
razones para sentir que nuestra vida tiene sentido; y las razones por las que
podremos superar cualquier adversidad que nos surja en el camino. Y también
estoy convencido que además de estos objetivos vitales debemos tener
“coherencia vital”; es decir, que nuestra forma de vivir sea coherente con esos
objetivos que deseamos lograr. Así pienso, y creo que es correcto mi
pensamiento.
Pero mi gran fallo estaba siendo pensar que todo el resto
de las personas deberían pensar y actuar igual. O dicho con otras palabras: que
el resto de las personas deberían darse cuenta de cuán acertados eran mis
planteamientos.
Y de lo que me he dado cuenta en este finde es que las
cosas “fluyen”, surgen, se desarrollan, y se transforman por muchas razones no
siempre encorsetadas en planes de vida y objetivos determinantes.
Voy a referirme a unos cuantos hechos, frases,
comentarios concretos acaecidos en el taller.
El primero de todos es la conocida frase de que “La
satisfacción es igual a los resultados menos las expectativas”. Esta frase
siempre la he considerado engañosa; puede ser tan cierta como falsa, y se puede
aplicar perfectamente a diversas y opuestas situaciones de las personas. Y me
explico: lo normal es utilizar esta frase para tratar de hacer ver a las
personas que muestran poca satisfacción por algo, de que esa poca satisfacción
no se debe tanto al nivel de los resultados sino quizás a sus excesivas
expectativas; y es cierto; pero también puede uno tener una satisfacción plena
aunque la diferencia entre resultados y expectativas sea cero, por el simple y
real hecho de que los resultados sean exactamente los que esperábamos.
Pues bien, al comienzo del taller yo manifesté que no
venía con expectativas concretas sobre el contenido y desarrollo del taller,
sino que lo único que quería era vivir la experiencia de haber tomado la
decisión de salir de mi mundo diario y experimentar de nuevo un finde en esas
circunstancias.
Coincidió, que en dicha presentación inicial, el monitor
del taller expresó que –con independencia del nombre (contenido) concreto del
taller- de lo que se trataba principalmente era de trabajar y experimentar “la
aceptación”; aceptación del grupo con las peculiaridades personales de cada
uno; de las situaciones de interrelación que se produjeran; de las situaciones
físicas y emocionales en las actividades del taller; etc…
Como podéis ver, el primer enmarcamiento del taller por
parte de su director coincidía plenamente con mi estado de ánimo, o
expectativas.
La segunda frase que quiero comentar me la dijo
expresamente a mí un compañero, en uno de los momentos de feedback: “Carlos, sé
feliz, disfruta, aunque no sepas por qué; y disfruta la alegría de los demás,
aunque no sepas de donde procede”. ¡¡¡Cuántas veces me han dicho los que bien
me conocen y mucho me quieren: “¡¡Coño, vive, disfruta, deja ya de pensar!!” .
El tercer factor ha sido el maravilloso “fluir” del grupo
en cuanto tal. Los monitores, o directores de grupos se dividen en dos tipos:
los que conducen al grupo a través de unas pautas y normas muy determinadas (o
rígidas) a fin de lograr exactamente los objetivos que él se ha fijado como
responsable; y los que se adaptan totalmente a la propia dinámica del grupo, se
realicen, o no, las actividades inicialmente previstas, y se alcancen, o no,
objetivos predeterminados. El director de este taller era de este segundo tipo.
Y la dinámica del grupo, su “fluir” fue casi perfecto, sin la más mínima
situación conflictiva, con absoluta participación y colaboración entre todos, y
con unas vivencias colectivas con el sello evidente de todos y cada uno de
nosotros. ….Y yo suelo ser “de los otros”: de los que todo tiene que estar bajo
control; de los que se “preocupan” (y
hasta sufren) si algo sale mal … ¿Mal?, por qué?, ¿qué es lo bueno, o lo malo
en un taller de crecimiento personal en cuanto a dinámica de grupo?
Junto a ello, junto a este fluir incontrolado de
maravillosa evolución, sobrevoló por encima de cada situación, de cada persona,
de cada acción, el “manto protector y perfeccionista” de una persona que con gestos
y palabras exquisitas de bondad, ternura, amabilidad, sonrisas, y hasta
consejos, ejerció durante los tres días una continuada “labor de ayuda” a todos
y en todo momento. Yo viví la actitud de esta persona valorando muchísimo, y
muy sinceramente todo lo que aportaba al grupo y a cada situación; pero, según
pasaban las horas, poco a poco acabé con la sensación de ¡¡VIVE y deja vivir!!. Yo veía, yo sentía,
que todo iba bien; pero esta persona parecía que “tenía” que añadirle su
personal sello de perfección. En gran medida veía en su actuar algo que yo
practico demasiado a menudo y que me di cuenta del efecto que puede causar.
Y, finalmente, en cuanto al desarrollo del contenido
específico del taller, fueron varios los momentos en que sentí (y verbalicé y
discutimos en grupo) que las cosas “no seguían” hasta dónde a mí me hubiera
gustado llegar, hasta donde “yo creía que era lógico llegar”, pero -con la libertad de gestión del grupo- éste
fijaba tácitamente determinados límites. Soy (me considero) una persona tan
abierto y liberal como respetuoso. Nunca jamás forzaré ninguna situación de
respeto a las libertades de los demás. E incluso acepto que los demás piensen
de una u otra forma. Pero lo que salió a la luz, lo que en realidad me hace no
ser tan “abierto” (o flexible) a los ojos de los demás, es lo que me cuesta que
los demás no quieran discutir o razonar mis puntos de vista, mis valoraciones.
La gente puede pensar o sentir A o B y no tiene porqué dar razón de ello a
nadie, ni cuestionarse forzosamente otras posibilidades, ni tener que llegar “a
la verdad”. La gente “puede ser diferente a mí”; puede no tener necesidad de
analizar y aclarar todo.
Por todo este conjunto, yo salí del taller sintiendo que
quiero ser más flexible, más abierto al fluir de la vida, al amor y bienestar,
a la felicidad que pueda haber en los demás, y en cada circunstancia, sin que
tenga que razonar, justificar, o comprender la lógica –o no lógica- que pueda
haber en ello.
Estábamos en el campo; me puse a mirar una flor
hermosísima en mitad del camino…y disfruté de su belleza y me sentí muy bien al
darme cuenta de lo que me estaba pasando en mi interior; y …. como no era una persona, no me puse a
razonar, opinar, o valorarla, simplemente sentí que me daba lo mejor de sí
misma.
Sé que de ahora en adelante voy a ver mucho más a las
personas con los ojos y el corazón con los que ví, y viví la belleza de aquella
flor. ¡¡Cuántas flores nos salen al camino de cada día y no somos capaces de
apreciarlas.!!
Gracias a todos los que estuvimos juntos por todo lo que
me habéis aportado. Y por eso quiero acabar con otra de vuestras aportaciones
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