Nadie cuestiona que la libertad es el bien más preciado por
cualquier ser humano, …o mejor diríamos que por cualquier ser vivo, aunque a
muchos -no personas- los hemos
habituado, acostumbrado, a aceptar vivir “domesticados” o “en cautividad”. ¿Os dais cuenta del terrible
significado real de estas dos palabras que empleamos para definir a la vida que
les damos a los animales que hemos obligado a vivir como nosotros?.
Los animales que viven libremente en la selva, a su aire, los
denominamos “salvajes” (de silvaticus: de la selva). Pero este término pronto empezó a
significar “primitivo”, “incivilizado”, como los indios que arrastramos de
América a la “civilización” católica de la España conquistadora, los indios de
Norteamérica, y tantos otros pueblos que hemos podido ir destruyendo… ¿quizás
por el mero hecho de que vivían felices en su hábitat natural y de acuerdo a
sus creencias y costumbres?
En fin, no vamos a filosofar demasiado sobre la mayor o menor
felicidad de los pueblos “salvajes”, porque lo que quiero tratar en este
artículo es que, en definitiva, cuando una sociedad se siente amenazada por
alguien, o cuando alguien ha contravenido gravemente las normas de una
sociedad, causándole grandes males, como un asesinato, o un simple robo para
comer…., la sociedad le priva a esta persona de su bien más preciado: la
libertad, encerrándole por más o menos tiempo en una prisión, …donde, a veces,
la persona acaba perdiendo absolutamente su identidad, su autoestima, y hasta
la vida.
Hace unos años, trabajando con un psicólogo sobre una técnica
de análisis de problemas conyugales, comentamos cómo una de las razones, o más exactamente
uno de los términos más frecuentemente usado
-tanto por hombres como mujeres- para expresar por qué no funcionaba
bien su relación, o por qué querían separarse, era “el sentimiento de falta de libertad” o “la necesidad de sentirse más
libres”.
Cada persona es un mundo, y las respuestas que cada uno daba
a por qué se sentían sin la suficiente libertad, o para qué querían más
libertad, o qué cosas o situaciones concretas les harían sentirse más libres,
eran tan variadas como podamos pensar (aunque, por supuesto, había líneas
comunes en muchas de ellas).
Lo que quiero poner de relieve es que “el sentimiento de
libertad” es imprescindible para sentirnos felices, y que “sentirnos no libres”
nos llena de angustia, desesperanza…. y falta de vida
Bien, probablemente hasta aquí casi todas y todos estaréis
más o menos de acuerdo con lo expuesto. Pero ahora os planteo la siguiente
pregunta: ¿Qué es realmente lo que nos hace sentirnos “no libres”?. ¿Cuáles son
realmente nuestras “ataduras”?
Vuelvo a repetir que tengo bien presente que cada persona y
cada circunstancia son casos diferentes, pero hay una diferenciación básica que
hemos de aceptar con carácter general: hay “ataduras
reales” y “ataduras meramente psicológicas” o
cerebrales.
Qué duda cabe que si uno está cuidando a un familiar enfermo
que no puede valerse por sí mismo; o es una madre abandonada con críos
pequeños; si uno ha firmado un contrato laboral para realizar una obra única,
de varios años, en un país lejos del suyo; si uno tiene una hipoteca de su
vivienda habitual;…. y otros muchos casos que cada uno puede traer a colación,
presentan unos niveles de “atadura” ciertamente reales.
Y probablemente también es posible que cualquiera que lea
este artículo podría argüir -en este momento- que los ejemplos expuestos son
ataduras “más o menos reales” porque
todas ellas se pueden “romper” de una u otra forma. Vamos a admitir esta
posibilidad. Sin entrar a fondo a discutir cada posible caso. Pero si lo
admitimos, se deducirá de ella una consecuencia indiscutible: “romper” esas
ataduras tiene un precio, un coste, y no sólo -ni siempre- económico (que a
veces se puede pagar y otras no), sino de repercusiones personales
Luego volveremos a este punto.
Pero hay otras muchas ataduras que en realidad son
“auto-ataduras”; ataduras creadas, alimentadas, reforzadas, por nuestros
propios pensamientos. Normalmente son las derivadas de los “debería”, “no
puedo”, “no me atrevo”, o “lo haré cuando”; “es que”; etc… En general las que
podrían encuadrarse en el “miedo a salir
de la zona de confort” (os recomiendo veáis el siguiente vídeo : http://youtu.be/A6lZEtkil08)
Miles de posibles “¿razones?”, según cada cual, y que tampoco
quiero entrar a discutir si son más o menos imaginarias, más o menos
importantes o difíciles de solucionar, o más o menos temporales o crónicas y
malignas incluso para la salud y no solamente para no sentirnos felices.
Lo importante es que, para romper con estas ataduras, también
hay que pagar un precio… que con mucha frecuencia podrá traducirse en un perder
ciertos amigos, ciertas relaciones,… en otras palabras: sentirse sola, o solo
Y he aquí el gran problema, porque si comenzaba este artículo
proclamando que la mayor necesidad del ser humano es sentirse libre, tan
importante como eso es “no sentirse
sola, o solo”
Pero ¿hasta qué punto es bueno o malo estar solo?. Hay un
refrán típico que dice “más vale estar solo que mal acompañado”. La mayoría de
vosotras y vosotros habréis pensado enseguida en ciertas personas de vuestro
entorno respecto a las cuales sin duda os sentís mejor sin ellas que con ellas;
pero no nos engañemos, el sentido del refrán es mucho más profundo que la
aplicación a esos casos…. aunque bien que debiéramos aplicárnoslo a muchas
situaciones en las que “soportamos” a ciertas personas a nuestro lado
(amistades de estudio, trabajo, club de deportes, etc…) que nos hacen
acostarnos cada día pensando :¿pero por qué sigo con esa persona, con ese
grupo? …y nos contestamos: “porque no quiero estar sola, o solo”. Y entonces es
importantísimo hacerse las dos siguientes preguntas: “¿y qué perdería con su
ausencia?”, “¿y qué podría ganar sin su presencia?”
El Diccionario de la RAE define la Soledad (en su primera
acepción) como la “Carencia voluntaria o involuntaria de compañía”, con lo que
por su carácter y posibilidad de “voluntariedad” ha de entenderse como positiva
desde la perspectiva de salud y felicidad personal.
En su tercera acepción la define como “Pesar y melancolía que
se sienten por la ausencia, muerte, o pérdida de alguien o de algo”. Esta
acepción podríamos decir que supone una “no voluntariedad” respecto al hecho
acontecido… externo a nosotros.
Pero no es lo mismo los hechos que suceden que los
sentimientos que tenemos. En este campo sentimental, en el excepcional
“Diccionario de los sentimientos” de José Antonio Marina y Marisa López, la
Soledad se incluye en el “clan” (o grupo) del “Desamparo”. Y al definir este
grupo, o clan, dicen: “La falta de compañía, de consuelo, o de ayuda, que
impiden la realización de nuestros deseos y provoca un sentimiento intensamente
negativo de pérdida y desesperanza. El sujeto echa en falta, con resignación,
amargura u odio, la acción ajena que eliminaría el sentimiento”
Personalmente interpreto esta definición como manifestación
del problema de poner (o no) nuestra felicidad
“en dependencia de los otros” (“locus de control”). No podemos ser
felices solo si estamos junto a…., o solo si contamos con a…. para resolver
nuestro día a día. La soledad no es mala en sí misma. Lo que es malo es estarse
diciendo siempre que se está solo, o sola. Lo malo es pensar que dependemos de
los demás, y que los demás son los que nos van a permitir sentirnos felices.
Hemos de sentirnos libres; hemos de romper todas nuestras
falsas ataduras, y hemos de sentirnos fuertes en nosotros mismos, en nuestros
objetivos y en nuestras fuerzas. Recordemos a Aristóteles: “La valentía es
natural, existe en todos nosotros, y emana del brío que se produce cuando se le
añade elección y finalidad”
Y acabo con uno de los pensamientos de mi querido amigo
Fidelio, al que jamás le he oído quejarse (con resignación, amargura, u odio)
de su (“triste”) soledad. Me decía un día Fidelio: ¿Sabes cuando me siento
realmente solo?, cuando estoy disfrutando de un buen aperitivo, de una buena
película, de un buen concierto, y no tengo a mi lado a quién hacer partícipe de
tanta felicidad como yo siento en esos momentos”. Él busca y se crea su
felicidad; es feliz en su soledad, ….y luego nos la aporta a los que tenemos la
suerte de estar a su lado… en un momento u otro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Anímate a aportar tus opiniones a todos los participantes del blog